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17 octubre, 2005

LLUVIA BENEFACTORA, LLUVIA PERJUDICIAL


Llueve suave y mansamente sobre la ciudad. Las gotas de agua se adhieren al cristal hasta ir escurriéndose poco a poco y caer bajo su propio peso en un deslizamiento que las hará juntarse a sus hermanas y todas juntas perderse camino de desagües y emprender un camino sin retorno, por obscuros y lóbregos pasadizos, hasta entregarse forzosamente en brazos del río que las acogerá para incrementar su escaso caudal, tras un largo y caluroso estiaje.

Lluvia acogida con ansiedad por jardines resecos y sedientos, ansiosos por calmar una sed que los estaba matando lentamente; lluvia para limpiar calles polvorientas e ir suavizando un ambiente seco dejado por el cálido verano. Con su llegada la tierra comenzará a esponjarse y perder dureza, empapándose sus entrañas de este líquido tan necesario para llenar acuíferos, volver a hacer brotar manantiales secos, al tiempo que raíces de encinas, pinos y jarales, absorberán con ansia, esta agua bienhechora y vital, que les ayudará a seguir viviendo. Esta lluvia que nos parece casi milagrosa, viene a hacer bien, a traernos humedad necesaria para cuerpos y tierras, para tener la sensación de sentirnos mojados en nuestro interior, empapados en humedad tan necesaria como imprescindible.

La veo caer mansa, diría que dulcemente, aunque en algunos momentos parece que lo haga de manera un tanto torrencial para alarmamos aunque sea ligerísimamente. Es poco rato, tras tanto tiempo sin ver caer una gota, esto nos parece puro deleite. Las nubes que transportan este agua, son bienvenidas porque la dejan caer con tiento y con mesura. Sin avasallar y sin convertirse en ira desatada y en elemento incontrolado de la naturaleza. La recibimos como buena, ansiada y deseada, benefactora para el campo, para los ríos, acuíferos, lagunas, humedales y pantanos tan necesitados todos de subir niveles en cotas mínimas


Las medidas de ahorro de agua que adoptamos hace tiempo en nuestros domicilios, continuaremos sin abandonarlas. Nos hemos acostumbrado a ellas y las tenemos como instaladas para siempre: grifos con filtros reductores de caudal; cisternas dosificadoras al descargar o medidas caseras, con un par de frascos que hemos introducido en su interior, y, así el agua vaciada será menor en cantidad. También nos hemos pasado a la ducha, y lo del baño lo tenemos olvidado. En fin, cuando nos aseamos no dejamos que el grifo, pese al reductor de caudal, corra libremente. Abrimos y cerramos. Todo con método y medida.

El agua escasea a pasos agigantados porque cada vez somos mas personas a gastarla, si además los años son secos, nos alarmamos al presentir e incluso ver nuestras presas tan vacías que en algunas pueden verse restos de pueblos enteros que fueron en su momento tragados por las aguas contenidas.

Sin embargo, la lluvia también es nociva cuando cae en tremendas borrascas o las llamadas gotas frías. Si en la capital madrileña se recogían unos 37 litros por metro cuadrado, en San A. De Calonge, por tierras de Cataluña, se llegaban a los 300 litros. Por Asturias también llovía a cántaros y casi se llegaban a los 200. Otro tanto ocurría por Andalucía, en tierras cordobesas ¡Una barbaridad!. Agua soltada a compuertas abiertas y en poco tiempo; las nubes negras, tan cargadas de líquido elemento descargaban con furia incontenida, causando daños irrecuperables en vidas; arrasando campos; llevándose por delante frutales y todo tipo de árboles, destrozando carreteras y caminos, malogrando cosechas por recoger, malbaratando viviendas y destrozando enseres y ajuares, dejando en la ruina a muchos hogares porque la violencia desatada de este agua, todo lo avasalla y atropella sumiendo en la miseria a centenares de personas. Hemos visto desolación en rostros embargados por la emoción al ver como en pocas horas han visto desaparecer su riqueza conseguida tras muchos años de esfuerzos y trabajos. Vehículos bamboleándose por calles y rieras como frágiles barquichuelas sin timón ni gobierno alguno, hasta quedar varados en la playa.

Esta agua de torrentera es muy mala, muy perjudicial, hace mucho daño. Deja a su paso destrucción y desolación. Un maloliente lodazal por los animales en descomposición que tiene atrapados entre su espeso y pegadizo elemento, que hay necesidad de limpiar urgentemente de casas y locales, tarea ímproba a la que se dedican hombres y mujeres en un afán por reconstruir pronto lo destrozado y perdido.


También, aunque muy lejos de nuestras fronteras, las tormentas y ciclones tropicales y borrascosos, se han ensañado con mas furia y saña todavía. En Guatemala y en India se han llevado por delante miles de víctimas. Muchas sepultadas junto a sus humildes viviendas por espeluznantes corrimientos de tierras. También la furia del agua ha causado grandes destrozos en otros lugares del mundo. Esto sucede cuando la lluvia cae sin tasa y sin medida, a borbotones enloquecidos y sin control. Esta lluvia se convierte en calamidad. No es benefactora, es maligna y apocalíptica. Es mala.

La que vi caer, refugiado tras una cristalera, me pareció lluvia buena, benefactora, necesaria. La recibimos con alegría. ¡Ojala! sigan las nubes regalándonos esta tan extraordinaria emoción de ver llover mansamente.

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